De la Navidad y la Virginidad

Jesús, hijo de Dios en María, al cuidado de José, su padre putativo (abreviado PP cada vez que se hacía referencia de él en las escrituras,  de donde nació la costumbre de decirles Pepes a los hombres de nombre José) nació aproximadamente el año 6 antes de nuestra era. Eso lo dice González Faus, cristólogo. No yo. Y murió por ahí del 7 de abril del año 30, después de haber obsequiado al mundo con sus hechos y palabras durante uno o a lo sumo dos de sus últimos años de vida terrena.

Pero el tema es Navidad, hablemos pues de la fecha de Su nacimiento, la Natividad.

Sabido es que los pastores de aquella época cotidianamente sacaban del redil o corral a sus borregos y cabras para llevarlos a pastar y, al atardecer, los traían de vuelta al encierro y guarda. Y en ese menester se les iba la vida.

Pero esto de guardar su respectivo ganado sucedía cotidianamente, pero no al empezar la primavera. Entonces, ese ganado tenía sus crías y las sigue teniendo en situaciones de pastoreo. En los tiempos bíblicos de referencia, parían esas hembras en campo abierto, por razones de conveniencia, seguridad para el parto y para los críos. Para el caso, convenientemente los pastores se reunían en la pradera para socializar, cuidar al ganado, protegerse y ayudarse.

Supongo que esa reunión anual debe haber sido en aquellos tiempos esperada y preparada por los pastores y, tal vez, hasta festiva.

En una de esas primaveras, improbablemente al empezar abril, estando pastores y ganado al descampado en esos trances, aquellos recibieron el asombroso y angelical anuncio del nacimiento del Mesías esperado. Véase el NT. Trompetas, cánticos de gloria y fanfarrias incluidos.

De otra suerte el heráldico Ángel y coros no hubieran tenido esa importante audiencia.

Y, al aviso, dice el NT que los pastores se trasladaron (algunos, supongo. Los demás se debieron quedar al cargo del ganado) al lugar de los hechos: tal vez Belén, tal vez Nazaret. No sabemos. Ni creo que sea tan importante.

En Belén dicen algunos, como Mateo, para que se cumpliera la profecía de que el lugar “no era el menor”, pero creo que José, como hombre prudente (yo no digo que lo fuera, lo dice el NT) no iba a llevar con él a una jovencita a punto de parto, mucho menos a lomo de burro. Además, no tenía para qué llevarla. Iba José (el futuro pater putativus), dice la Biblia, a cumplir con la orden de empadronarse. Pero en ese tiempo y país sólo los hombres adultos se empadronaban. Las mujeres y niños no contaban. Para qué llevar a María y correr el riesgo. Mejor era dejarla en casa encargada en esos trances a la madre, como antes (y ahora) se acostumbraba. Por otro lado, los historiadores romanos dicen que el censo de Quirino, administrador en turno del Imperio Romano en esa región, al que se refiere el empadronamiento bíblico del caso, se llevó a cabo unos diez años ante de que naciera Jesús.

Nazaret fue, tal vez el sitio más más probable. Ahí vivían José y María. Léase la Adoración de los Magos en el NY. Que dice que eran sabios. En parte alguna dice que fueran reyes, ni tres, ni Melchor, Gaspar ni Baltasar. Pero ahora son los patrones de Cajititlán, en fin.

Según estos datos de pastores y borregos, agregados a todos los demás improbables de censos, pueblos y decires, Jesús debe haber nacido a principios de abril.

Pero unos siglos después, nuestros padres obispos decidieron contrarrestar los nocivos efectos sociales (y morales) de las fiestas romanas saturninas extendidas por el imperio romano y otras entidades, que se celebraban durante la última semana del mes décimo (o sea diciembre), tal vez a partir de día 25. Así que decidieron celebrar el natalicio, natividad o navidad de Jesucristo el 25 de diciembre.

Entonces nació la tradición que guardamos hasta nuestras fechas y celebramos, extrañamente sin que pase por nuestras mentes que se trata de celebrar el nacimiento del Salvador. De eso no tenemos mucha conciencia a la sazón, sino de otros asuntos que son de convivios cantinescos, familiares y sobre todo, de inútiles expresiones comerciales que suelen dejarnos en bancarrota pasadas las festividades. En donde no debemos, con razón o sin ella, pensar que todo eso: aguinaldos, trajes rojos, despilfarros y demás desatinos son en aras de Jesús.

Seguimos hoy en día nada lejos de los antiguos ritos y francachelas Saturninos, después de todo.

Ya en el tema del nacimiento, les propongo que me tengan la paciencia para hablar sobre la inclusión del término “Virgen” en el nombre de María, porque viene al caso.

Comento sobre la apología que hemos hecho de la virginidad de María, madre de Jesucristo. Que María era virgen al concebir a Jesús, no lo pongo para comentarlo, mucho menos para tomarlo como tema de discusión. Fue virgen. Era y es conveniente que lo fuera.

Lo que deseo exponer es mi modestísima  e indocta opinión sobre el, a mi manera de ver, exacerbado énfasis que hemos dado a tal virginidad, anteponiendo esa circunstancia a la del verdadero valor de su participación en el nacimiento y vida de Jesús entre los hombres: su entrega incondicional a la voluntad de Dios y su dedicada maternidad. Y qué decir del difícil papel y circunstancia de su marido, José, por razón de tal virginidad e inexplicable concepción.

Que fuera conveniente que una virgen concibiera a Jesús, a criterio de nuestro Padre, encierra para mi coleto únicamente un buen argumento demostrativo para convencer a un pueblo, desconfiado y difícil de dejarse conducir por el sendero de la Ley, de que, no habiendo intervención de varón, la concepción sólo podría ser obra de Dios y no del hombre.

Fácil para el Señor hubiera sido que, para el caso, una mujer, cualquiera que El escogiera, concibiera por intervención divina, sin la de un varón. Pero difícil de que tal hecho fuera creído por su pueblo, de corazón duro.

Habría, pues, Dios hacer que diera a luz al Mesías una mujer evidentemente sin la intervención de varón. Y así sucedió. Escogió a una doncella reconocidamente como tal y evidentemente consagrada a Dios.

Ahora, nosotros, el pueblo de Dios por extensión de circunstancias, conocemos más a María por “la Virgen” que por “la Madre”.

Ya ni siquiera es necesario aclarar o explicar que cuando decimos “la virgen” nos estamos refiriendo a María, la madre de Cristo. Pero, si dijéramos “la Madre”, aun así con mayúscula, que es el hecho y circunstancias más valederos y relevantes, tendríamos que explicar a quien nos estuviéramos refiriendo.

Es decir, que para muchos y muchas tiene más valor el hecho puramente físico, circunstancial e involuntario de la natural doncellez de una muchacha de 14 ó 16 años de edad, que decidió o aceptó consagrarse al Señor y después concebir antes del matrimonio, sólo para convencer a los duros de creer en la intervención divina de la procreación, que la excelsitud de su entrega a la voluntad de Dios y la gloria de la maternidad prodigada al Salvador.

Lo dicho no es para hacer demérito de la virginidad de María, enfáticamente dicho sea de paso: debemos reconocer que haberse mantenido virgen tuvo su virtud, como lo tuvo el de otras muchas vírgenes de su tiempo y circunstancia por haber ellas, como María, decidido consagrarse al Señor. Esto no es discutible, sino la apología del apelativo y del evento.

En incremento a esa apología, el nombre de esa virgen llamada María se ha transformado en la Virgen María. Es más, María, su nombre, ha sobrado en mil y un casos para quedar en simplemente la Virgen.  Y se le aumentan a ese apelativo las llamadas advocaciones: la Virgen del Rayo, del Rosario, de Guadalupe…, omitiendo su nombre. En México, heredero de costumbres y usos náhuas, para denotar cariño o preferencia le damos diminutivo al ya tergiversado nombre, dejándolo en “la Virgencita”. ¿Qué no se dirigía a ella el indígena Juan Diego como “la más pequeñita de mis hijas”?. Así aplicamos diminutivos aquí a personas y cosas para usos familiares y de agrado: los frijolitos, con su salcita y las tortillitas…

Tampoco estoy muy convencido de que el nacimiento de Jesús de una doncella hubiera sido profetizado cientos de años antes del suceso, pero la duda me viene sólo si tal predicción está basada únicamente en lo que dijo Isaías. Si hay otra predicción al respecto, me gustaría conocerla, ya que soy, lo declaro otra vez, un ignorante.

En efecto, si leemos con cuidado el texto de dicha predicción, veremos que, por allá del siglo octavo A.C., Dios estaba tratando de convencer a su pueblo de que creyera que El podía salvarlo del inminente asedio de los sirios. Como no le creía, le decía que le enviaría una señal para que sí lo creyera y que, por ende, actuara rápidamente porque los invasores estaban por llegar.

Yo creo que en una circunstancia apremiante, como esa que describe Isaías, se requería de que la ofrecida señal fuera inmediata para que el convencimiento viniera ipso facto y el pueblo, creyendo, actuara rápidamente y se salvara.

¿De qué le hubiera servido al pueblo israelita que la señal prometida ocurriera más de setecientos años después del asedio?. ¿Cómo pretendemos que el Señor quería ayudar a su pueblo a salvarse del enemigo dándole, para que lo creyera, una señal tan poco oportuna, por no decir inútil, como que una doncella diera a luz siete siglos después?. ¿Quién de los presentes vería eso y para qué?. Yo pienso que la señal se refirió a un suceso más inmediato, tal vez usando una metáfora, o a otro parto, tal vez…

Leamos a Isaías (Is 7, 9b-16):

Poco más de 700 años antes de nuestra era, y unos 65 antes de ser conquistada Israel por Damasco, Dios le habla a su profeta Isaías y luego a Acaz, a la sazón rey de Israel, para que defienda al pueblo de ser conquistado por el asediador Siria, así:

9b: Si no creéis no subsistiréis (que puedo salvaros, dijo Dios).

  • El Señor volvió a hablar a Acaz:
  • –Pide una señal al Señor tu Dios (…)
  • Respondió Acaz:

– No la pido, no quiero tentar al Señor.

  • Entonces dijo Dios:

– Escucha, heredero de David: ¿no os basta cansar a los hombres, que cansáis incluso a mi Dios?.

  • Pues el Señor, por su cuenta, os dará una señal: Mirad: la joven (´almah ) está encinta y dará a luz un hijo, y le pondrá por nombre Emmanuel (Dios-con-nosotros).
  • Comerá requesón con miel, hasta que aprenda a rechazar el mal y a escoger el bien.
  • Porque antes que aprenda el niño a rechazar el mal y escoger el bien, quedará abandonada la tierra de los reyes que te hacen temer.

Respecto de la virginidad y celibato, Pablo en el capítulo 7 de la primera carta a los corintios hace toda una doctrina sobre el tema. En una parte dice:

  • En cuanto a lo que escribíais, que es mejor que el hombre no toque a la mujer,
  • os digo que, para evitar la inmoralidad, cada hombre tenga a su mujer y cada mujer a su marido.
  • Cumpla el marido su deber con la mujer y lo mismo la mujer con el marido.
  • La mujer no es dueña de su cuerpo, sino el marido; lo mismo el marido no es dueño de su cuerpo, sino la mujer.
  • No os privéis uno de otro, si no es de mutuo acuerdo y por un tiempo, para dedicaros a la oración. Después uníos de nuevo para que Satanás no os tiente aprovechándose de vuestra incontinencia.
  • Lo digo como concesión, no como obligación, pues desearía que todos fueran como yo; sólo que cada uno recibe de Dios su carisma, unos uno y otros otro.

En los versículos de este capítulo 7 y en los dos capítulos siguientes de la carta, establece interesantes reglas y guías morales al respecto de unión y soltería. Recomiendo su lectura.

La mención de “virgen” aparece en Lucas (Lc 1, 26-34):

  • El sexto mes (del embarazo de Isabel, mujer de Zacarías, padres de Juan “El Bautista”) envió Dios al ángel Gabriel a una cuidad de Galilea llamada Nazaret,
  • a una virgen prometida a un hombre llamado José, de la familia de David; la virgen se llamaba María.
  • Entró el ángel adonde estaba ella y le dijo:

– Alégrate, favorecida, el Señor está contigo.

  • Al oírlo, ella se turbó y discurría qué clase de saludo era aquél.
  • El ángel le dijo:

– No temas, María, que gozas del favor de Dios.

  • Mira, concebirás y darás a luz a un hijo, a quien llamarás Jesús.
  • Será grande, llevará el título de Hijo del Altísimo; el Señor Dios le dará el trono de David su padre;
  • para que reine sobre la Casa de Jacob por siempre y su reinado no tendrá fin.
  • María respondió al ángel:

– ¿Cómo sucederá eso si no convivo con un varón?

Creo que en Juan 1, 12 y 13, hay la referencia a la inexistencia de una relación varón-mujer en la concepción de María:

  • (…) y los suyos no lo acogieron (a Jesús).
  • Pero a los ojos que la recibieron (la luz verdadera) los hizo capaces de ser hijos de Dios: a los que creen en él,
  • los que no han nacido de la sangre ni del deseo de la carne ni del deseo del varón, sino de Dios.

En fin, hemos dado en tratar a la virginidad de María sólo como una virtud, que innegablemente sí lo fue, y no como una simple condición demostrativa del señor. Así las cosas, concluimos en hacer relación entre virginidad y virtud para inferir que la ausencia de la virginidad podría ser motivo de duda y hasta un vicio o pecado.

Tal consideración rebaja el carácter sublime de la relación legítima de marido y mujer.

Las madres que conocemos no son vírgenes, claro está. Y, en esas circunstancias, ese hecho las enaltece y lejos, muy lejos, están ellas de que las denigre.

Ya el sólo hecho de ser madre les da las mujeres un aura amorosa de general reconocimiento humano por su natural abnegación y generosidad.

Para mí escaso cerebro, si el Jesús que nos ofreció el Padre hubiera nacido, por la voluntad del Señor, de la relación legal o no de José y María, aun sin virginidad de por medio, sería tan Mesías como el que vino por obra del Espíritu, antes del matrimonio y con virginidad evidente.

Abundemos en el término de marras:

Para ampliar conocimientos sobre el término bíblico “virgen” sugiero ver el Nuevo Diccionario Bíblico Ilustrado, Villa Escuain, Editorial CLIE “Calidad de Literatura Evangélica”, Barcelona 1985, que dice:

Virgen. Alguien que no ha tenido nunca relaciones sexuales; este término se usa generalmente en mujeres. Es traducción de dos términos hebreos y un griego.

(1) Hebreo: bethulah, de una raíz que significa “separada”, que vivía guardada en la casa de su padre. De ahí que por lo general significa virgen, desposada o no (Gn 24-16; Dt 22-23 y otros); sin embargo, en Jl 1:8 se refiere a una joven casada. En textos arameos posteriores, su  equivalente se refiere a una mujer casada.

(2) Hebreo: ´almah. Este término se traduce “virgen”, “moza” o “doncella”. Es el que aparece en Is 7:14 en relación con la profecía de Emanuel. Ha sido objeto de muchas controversias. La postura modernista que sólo significaba “muchacha” o “mujer joven” es insostenible a pesar de su difusión. En relación con la señal de Isaías, ´almah es el término a emplear, por las siguientes razones:

  1. De todo el contexto del Antiguo Testamento se desprende que ´almah siempre se refiere a una “doncella”, “moza” o, en todo caso, “mujer soltera”, nunca unida legítimamente a marido.
  2. Ello queda confirmado por la literatura ugarítica en la que glmt el término equivalente en ugarítico nunca se usa de mujeres casadas, sino siempre de “mozas” o solteras (véase E.J.Young, The Book of Isaiah , Wm. Eedermans, 1978, vol. I, pág. 287). Además, por favor lean algo de los descubrimientos en Ugarit (hoy Ras Shamra), son cosas interesantes.
  3. Hay un solo pasaje bíblico en el que ´almah una muchacha puede denotar una muchacha inmoral, pero no casada (Pr 30:19).
  4. No hay ninguna otra palabra que se pueda usar con mayor propiedad para significar una mujer no unida a un hombre, pues yaldah sólo se refiere a niñas, na’rah es aplicable a todas las mujeres, y b’thulah, que según algunos exegetas hubiera sido el término más adecuado, no sirve tampoco al no significar unívocamente una virgen según el párrafo (1).

´Almah es el único término hebreo que significa inequívocamente una mujer soltera. En Is 7:14 se afirma una señal del Señor: que una ´almah concebiría y tendría un hijo. Ahora bien, todo el contexto bíblico impide que ello deba entenderse como un hecho inmoral de una mujer soltera. Esa señal se refiere evidentemente a la concepción contraída por una mujer soltera y pura. Es evidente que los traductores de la LXX lo entendieron así mismo cuando mucho ante de la vida de Jesucristo tradujeron este pasaje en este sentido.

(3) Griego: parthenos, término que significa estrictamente “virgen”, el término elegido por los traductores de la LXX como equivalente del hebreo ´almah en el contexto de Is 7:14; en el Nuevo Testamento se usa de la virgen María (Mt 1:23, citando Is 7:14; Lc 1:27, de María en el relato de la Anunciación). Además de su uso normal, se emplea también como sinónimo de devoción y fidelidad a Cristo (2Co 11:2).

Enseguida transcribo textualmente un interesante párrafo relativo a las versiones de la Biblia. Está en la sección de las traducciones al castellano, en la página 1200 del antes mencionado Nuevo Diccionario Bíblico Ilustrado:

“Una característica que se debe señalar en la totalidad de las versiones católicas, sin embargo, es la manipulación constante de Mateo 1:25. En efecto, la Biblia enseña la concepción virginal del Señor Jesús, en Su encarnación en el seno de María. Pero la doctrina romana sobre este punto, que siempre ha buscado la exaltación de María hasta colocarla a la par de Jesucristo, si no por encima de El, mantiene tenazmente su virginidad perpetua. Ello se enfrenta totalmente con la estructura del texto griego de Mateo 1:25, cuya traducción correcta debe ser: Pero (José) no la conoció (carnalmente a María) hasta que ella dio a luz al hijo de ella, al primogénito. (también Lc 2,7). Este texto es torcido en las versiones católicas, que lo traducen en la siguiente forma: La cual, sin que él antes la conociese, dio a luz un hijo. De esta manera se esquiva la estructura del texto griego, en el que el tiempo verbal y la preposición heós señalan con toda precisión que José no tuvo relación con María hasta haber nacido Jesús. Del mismo modo, y de manera uniforme, se despacha el tema de los hermanos de Jesús (por parte de María) en las notas con los comentarios que los semitas (en arameo, no en griego) usaban este término de una manera muy amplia; se descuida con ello que Lucas, como Mateo y Marcos, escribieron en griego, y usaron un término que en griego, en un contexto de relación familiar, significa literal y propiamente hermano carnal, existiendo otros términos para expresar el término de primos o parientes, pro no el de hermano. Con ello en aras de un dogma arbitrario y sin apoyo bíblico se lleva a cabo una indefendible manipulación del texto.” Yo no escribí esto, sólo lo copié.

Me queda otra duda:

El Mesías habría de nacer de la estirpe de David, el rey. José era descendiente de David. Pero José no fue el papá de Jesús. El Padre es Dios. Lo dice la Biblia por boca de Jesús y lo dicen mil y un escritos más. María, quien sí fue Su mamá, no era descendiente de David. Su estirpe fue de la tribu de Leví, la clase sacerdotal. Jesús de Nazaret no era descendiente carnal de David. ¿O sí?

Feliz Navidad.

Enrique M. Flores

Navidad del 2003